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¿Quién no la conoce hoy en día? Quizás serían muy pocos los que quedarían por conocerla. Si tuviéramos que hablar de una de las personas más queridas en Cehegín, sin lugar a dudas tendríamos que hablar de ANICA (la del Hospital).
Hablar de Anica es como hablar de una madre para todos. Una madre dispuesta a ayudar a todo aquel que lo necesita, dispuesta a dar todo de si entregando su vida a los demás.
Son muchos los años que lleva desarrollando tareas de ayuda en el Hospital de la Real Piedad de Cehegín, entregada en cuerpo y alma a colaborar desinteresadamente en dicho Hospital y sintiéndose con una gran fuerza interior para seguir adelante día a día. Las hermanas del hospital, así lo reconocen, están encantadas con Anica por el gran cariño que transmite a los demás.
Con sus 11 nietos y un bisnieto, se siente una abuela muy feliz gracias a sus maravillosos 6 hijos que tiene en la actualidad. En su corazón siempre estará presente el recuerdo perpetuo de su hijo Antonio, que con una vida por delante, la fatalidad del destino hizo que a sus 23 años perdiera la vida en un trágico accidente de tráfico ocurrido en el año 1989, en la antigua Comarcal 415, hoy más conocida como la Autovía del Noroeste. Fue un hecho en su vida que jamás podrá olvidar y que siempre permanecerá presente.
Hija de Antonio y Lucia, Anica llegó al mundo en el año 1927. Pero será mejor que nos lo cuente ella misma, en el siguiente reportaje que le hicimos.
LA VIDA DE “ANICA” CONTADA POR ELLA
En el año 1927 vine al mundo en el seno de una humilde familia con raíces cehegineras; (ellos eran Antonio y Lucia). A la edad de 12 años mi padre estaba en el Ayuntamiento, porque él estuvo 14 años estudiando con los frailes del Convento y además mi abuela lavaba allí.
Mi padre estudió midiendo los pinos y el terreno para edificar y como se encontraba enfermo no podía subir cuestas ni podía caminar mucho, debido a ello lo metieron a municipal y como mi padre era de izquierdas, al cambiar el régimen lo echaron. Pero nadie se metió con él porque nunca le hizo daño a nadie. Hizo mucho bien con la derecha y la izquierda porque todos eran amigos de él.
Éramos cinco hermanos, la mayor era yo y la más pequeña tenia tres añicos, ahí empezamos ya a sufrir, no por culpa del gobierno, sino de personas que no tenían corazón.
A mi padre nadie le daba trabajo y por eso pasábamos mucha hambre. Mi “hermanica” de tres “añicos” estaba un día en la puerta de mi casa cuando pasó una tabla de pan y comenzó a pedir pan, entonces mi madre me mandó a esa casa a donde había entrado la tabla de pan para pedir un “trocico” para mi hermanica, y la señora de la casa que iba todos los días a misa me dijo que le dijera a mi padre que se lo diera "Negrín". Yo a esa señora ya la he perdonado y deseo que Dios la perdone también.
Entonces una noche no teníamos para cenar y mi padre me dijo: - No acuestes a los zagales hasta que yo no venga. Entonces fue a ver al Fernando Alfaro; no al hijo, sino al padre.
- Mis hijos no tienen para cenar esta noche. Dijo mi padre, entonces le dió un pan como una rueda, un relleno y no sé cuanto dinero. Dios se lo pague porque aquella noche cenamos todos, por la acción que hizo mi padre de llegar con el pan aquella noche.
Partió todo lo que era la orilla del pan y un buen trozo de relleno y dijo: – Hija, llévaselo al vecino que tampoco tienen sus hijos para cenar. Porque mi padre, aunque este feo que lo diga, fue muy buena persona. A los pocos días mi hermanica de tres años murió de hambre.
Entonces yo tenía un tío en Barcelona y me fui a la edad de doce años a servir allí; mi tío me busco una casa para cuidar de unos niños.
Entonces yo cantaba muy bien y me avisó una señorita de Acción Católica para que cantara para la Virgen del Carmen en un escenario.
Al enterarse mi padre que canté en un escenario me mandó a llamar, diciendo que mi madre estaba mala; porque en los pueblos eso de los escenarios lo veían mal.
De nuevo en mi casa, al poco tiempo me fui a servir a Alicante. Porque una tía mía también estaba allí trabajando. Cómo me vería la señora cuando llegué, que le dijo a mi tía: - ¿ Qué me trae Usted aquí ? Porque parecía una lagartija vestía y delgá. A los quince días de estar en la casa de la señora, no había quien me conociera, porque comía muy bien. Pero siempre acordándome de mis hermanos en todos los momentos del día.
Había unos albañiles trabajando al lado de la casa en la que yo estaba sirviendo, y todo lo que pillaba sin que me viera la señora, lo metía en un cesto de higos que me mandó mi padre, el cesto lo llenaba y se lo daba a los albañiles que estaban trabajando y no almorzaban.
Un día fui a darle de merendar a los chiquillos y me encontré un ladrillo de chocolate echáo a perder; yo creo que Dios me lo puso para hacer lo que hice, entonces entré a la sala de estar de la señora y le dije: – Mire, los ladrillos de chocolate como están. Y me dijo: - Aunque no hagas esta tarde otra cosa, saca los buenos a parte y los malos los tiras; pero sólo había uno malo. Entonces llené medio cesto de ladrillos de chocolate y se los dí a los albañiles para sus hijos. Porque a mis hermanos no podía dárselos porque estaban muy lejos de mí.
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ANICA DE MÁS JOVEN. En ésta fotografía podemos ver a Anica cuando tan solo contaba con 18 años de edad |
LA VENIDA DEL SEÑOR
Llegó un día en que me dijo la señora que si yo sabía poner la mesa. Yo le dije que sí, que la ponía en mi casa. Pero que diferencia de la mesa de allí, a la que yo ponía en mi casa con tan solo un plato verde enlañao y una cuchara para cada uno.
Entré a donde estaba la cocinera y le dije, que como se ponía la mesa para los señores y ella me lo dijo. Pero faltaban las servilletas. Como yo no sabía el nombre le dije a la señora: - ¿Qué son las servilletas? Y entonces ella me las enseñó. Yo le dije: - ¡ Ah sí ! Mi madre tenía una de la manga de un camisón.
A los dos o tres días de estar en la casa, me dijo la señora: - Ana, abre la puerta que viene el Señor. Yo abrí la puerta, me arrodillé y estuve diez minutos esperando al Señor, a mí me chocaba de que no tocaba la campanilla y además no había nadie malo en la casa. Pues al rato entró el señorito de la casa y al verme de rodillas se quedó mirándome sin decir nada. Lo que pasó es que yo no sabía de que el Señor sería el señorito Don Pedro, sino que pensé que era el Señor Jesucristo.
Al señorito había que quitarle el sombrero y el abrigo y tenía que colgarlo en su percha, pero yo aquello no lo sabía. Salió la señora y dijo: - ¿Qué haces de rodillas Ana?. Y yo le contesté: – señorita, esperando al Señor. El señor ha venido ya, me dijo ella. No señora – le dije yo-, Usted perdone porque aquí no ha venido el Señor y ni siquiera ha tocado la campanilla. Sí, ya ha venido Don Pedro, me respondió la señora. Entonces yo le contesté de que sí, que Don Pedro había venido ya, pero que el Señor todavía no había llegado; yo no sabía de que el Señor era Don Pedro. En fin, que todo lo hacía al revés.
... Y UN DÍA, EL SEÑORITO ME MANDÓ A POR EL ZORRO
Otro día me dijo el señorito: - Ana, saca el zorro que limpie el coche. Pero yo me hice la lista sin querer preguntarle lo que era el zorro. Fui y le dije a la cocinera: - María saca tú al zorro que yo no le conozco y se me puede tirar, pero ella me dijo que no, que no hacía nada y estaba colgao. Entonces fui a la cochera, yo no se si fuera el miedo que llevaba encima o quizás es que se cayó algo, que yo para mí que era el zorro, salí corriendo y gritando llamando al señorito:
-¿ Qué te pasa “filleta”? Me dijo el señorito. El zorro que se me iba a tirar, le contesté yo. Entonces me cogió de la mano y me llevó hasta adonde estaba el zorro y resultó ser el espulsador; me llené de granos del susto que yo me llevé.
De vuelta a Cehegín, a la edad de 16 años, me eché novio y a los 25 años me casé. Con un hombre muy trabajador y muy buena persona. Al tener el segundo de mis hijos, me puse a trabajar. Vivía en la calle Marmallejo, una calle muy humilde. Cuando tenía tres hijos, me buscaban para limpiar casas. Fui a limpiarle la casa a una persona que era de Murcia, y que venía los tres meses de verano; esa señora era muy buena persona y se la estuve limpiando tres años.
Un día le dijo la señora de la casa a su hija: – Voy a bajar a casa de la Anica. La hija de la señora me lo dijo a mí, por si tenía alguna cosa sin hacer, para que así, cuando viniera su madre a mi casa no viera nada sin hacer. Yo, aunque era muy pobre, siempre tenía la casa muy limpia, y los suelos de yeso los blanqueaba con Blanco-España y sino que se lo pregunten a la María “LA CACHENA” y a todas esas vecinas que vivían en mi calle. Bajó la señora a mi casa y le gustó mucho porque dijo que parecía una “tacita de plata”; lo que no le gustó fue la calle. Entonces me hizo una vivienda en las falsas de su casa.
En aquellos tiempos yo respetaba mucho a los misioneros y decían que era pecado no tener hijos; cada barriga era un disgusto. La señora lo hacía por mi bien.
Pues tenía yo a cuatro de mis hijos en el colegio de las monjas sin que tuviera que pagar nada gracias a una obra de caridad que me hicieron las hermanas. En aquellos tiempos ya se pagaban los colegios. Yo me ofrecí a echarles todos los días una horica de trabajo. A mi hija de trece años la tenía también en el colegio y la señora se la llevó a Murcia para ayudarme y quitarme una boca más para alimentar. Todo lo hacía por mi bien; Dios se lo pague todo lo que hizo.
De una de esas veces que la señora venía en los meses de verano, me dijo: – He pensado de que en vez de que el Juanico vaya al Instituto, vaya a la escuela de Maestría de Caravaca.
Con el paso del tiempo, viendo la señora que mi hijo Juan no iba a clase, mandó a mi casa a un hijo del Clemente (el que había en el banco). Él me dijo que porqué no iba Espín al colegio, que si era cosa de libros o alguna cosa que le hiciera falta que su padre se lo pagaría todo. Yo le estoy muy agradecida a ese señor; que para mí Don Clemente, es un santo en la tierra.
Don Antonio también vino a mi casa. Éste era padre de la que se casó con el hijo de Doña Teresa (la Valentina). Entonces la señora se enteró de que yo bajaba al hospital, y ésta le dijo a otra señora, la cual me quería mucho. Que si la Anica sigue bajando al hospital, le recogeré la llave de la casa. Yo lloraba noche y día, porque no tenía a quien contárselo y mi marido tampoco quería de que me fuera de mi casa, ya que entonces me encontraría en la calle. Porque la casa que tenía en la calle Marmellejo la vendí por 12.000 pesetas a un tío mío. Porque si esa señora me hubiera pagado, que demasiado hacía por darme casa a donde vivir y también alguna ropica para mis hijos.
En aquella época ya tenía siete hijos, los cuales con mucha alegría por cada uno que venía al mundo.
Todos los días de esas veces en que venía la señora me preguntaba de que si le habían dado las notas al Juanico. Yo le preguntaba a él: - Hijo, ¿Te han dado las notas? Entonces él me decía, que ya se las mandarían por correo. Según se veía, pues no iba a clase. Porque al quitarlo del Instituto, yo no sabía si iba a la escuela de Maestría y por eso las notas no las recibía. Mientras tanto en esas entremedias en que yo bajaba llorando al hospital, una hermana nueva de planta me preguntó: -¿Qué te pasa? (Porque me veía muy triste de verme que ni comía ni dormía de tanto pensar) Yo le dije a la hermana que aunque tenía a cuatro de mis hijos aquí, no me importaba de echar una horica todos los días en agradecimiento. La hermana me dijo: - No te apures, porque esta tarde vamos a buscar casa. Y yo le dije: - Creo que la señora nunca me hubiera echado de la casa, porque es muy buena mujer; pero ya me entró miedo. Entonces fuimos a buscar casa y yo le decía que adonde me iba a meter sin tener dinero y ella me dijo que no me preocupara que todo se arreglaría.
Nos fuimos a hablar con la Antoñita, la del Ramón (el Confitero) Que vendía una casa, la Antoñita le puso precio a la casa y eran 30.000 duros, entonces la hermana le dijo que eso era mucho para la Anica; al final la dejó por 17.000 duros. Temblando yo sin tener un duro no sabía a donde me iba a meter.
Llegamos al hospital y estaba la Maravillas (la Cotes) Que era la comadrona del hospital. La llamó la hermana y le dijo: -¿Le puedes prestar a Anica 17.000 duros? Sí, respondió la comadrona. Luego yo le dije que sin papeles y sin nada para pagárselo poco a poco.
En esas entremedias Don Manolo Bernal, puso la maternidad en la casa de la Real Piedad.
Y no sabían a quien buscar para trabajar allí. Como Manolo Bernal me conocía, pues dijo: -
¡ La Anica ! Pero la superiora entonces dijo que Anica no puede porque vienen los señores en verano y no podrá bajar. Pues bueno, dijo Don Manolo. Cuando vengan los señores que no baje y cuando no vengan los señores que sí baje. Gracias a él empecé a ganar.
Todos los meses le llevaba al banco de la Gracita lo que podía y en agradecimiento de esa señora que me prestó el dinero, la Maravillas (la Cotes), la cual cayó mala y yo me ofrecí para ayudarla en lo que pudiera. Así, es que, ni dormía ni comía de tanto trabajar. Pero con una satisfacción de que vivía en mi casa, gracias a la Maravillas (la Cotes) que Dios se lo pague todo lo que hizo y a las Hijas de la Caridad. Por eso todos los días le rezo a Don Manolo Bernal, que fue el que me presentó a la casa de la Real Piedad, diciendo que era muy buena y tenía mucha bondad. Él si que era un caballero por todo lo general. Yo le pido a Jesucristo que lo tenga en buen lugar, que era una persona buena y con mucha caridad.
A los pocos días me dio un cólico al riñón y entonces la hermana llamó a mi hija; la que estaba sirviendo en la casa de la señora que tenía en Murcia.
La hermana se llamaba Sor María Teresa, y es la que entró nueva al hospital después de trasladarse Sor María José.
Con que le pagaría yo a Sor María José todo lo que hizo conmigo, y que gracias a ella tengo casa. Ella fue la que se cortó la cara para que me prestaran el dinero.
Sor María Teresa fue la que mandó llamar a mi hija; la que estaba sirviendo en la casa de la señora de Murcia.
A los dos o tres días de estar acudiendo mi hija a mí, en el hospital de la Real Piedad, entró Sor María Teresa y dijo: - Tu hija ya no se va de aquí, porque es muy trabajadora y aprovecha; ¡otra paguica más que tenía!.
LOS 13 POLLOS
Se iba mi hijo Juan al servicio, que era el primero que salía de mi casa. Por aquel entonces había un poco de revolución por el Sahara. Yo pensaba no fuera a ser que le tocara allí. Le dije al Señor: – Señor, si no le toca allí, los trece pollos los doy. A los dos días de decirle eso al Señor, llegó a donde yo estaba trabajando mi hijo, y dijo: - ¡Mamá, que me a tocado a Canarias!. Hijo, allí hay muchos plátanos. Que alegría tan grande que me dio. Pero pensé entonces que tenía que dar los trece pollos.
En aquella época, el cuartel viejo estaba derrumbado. Mi marido Antonio le echaba de comer a los trece pollos todos los días y cada día se perdía un pollo, porque yo lo daba. Mi marido era muy buena persona, pero muy morisco. Por eso cada pollo que se perdía era un disgusto. Todo ello me lo llevé a confesar al padre Rodríguez. Él me dijo que no ofreciera nada, porque es un pecado ofrecer y no cumplir lo ofrecido. Está mejor dejarlo en la voluntad de Dios porque él sabe lo que tiene que hacer. Que Dios lo tenga en la gloria, al padre Rodríguez. Era como un Santo en la tierra, además, me estuvo escuchando más de media hora las cosa que yo le decía. También me dijo: – Hija, no te faltará nada de comer.
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Antonio "el Cuco" padre de la Anica |
A MI SEÑOR JESUCRISTO
De ésta cama me levanto, para ir a confesar, en busca de Jesucristo y no lo he podido encontrar. Me voy a la puerta de la iglesia, me lo encuentro en el altar, me dice con la cabeza, que me vuelva a confesar. Ya he confesado con mi confesor. Agua bendita ya la he tomado. Al hijo de Dios me lo he encontrado por entre luces del cielo, por entre luces de gloria se apareció Jesucristo, entre lentiscos y enebros, más bello que un sol dorado, más bello que el del invierno, se cuaja la nieve en copos con los rubores del cielo. Ventanas del cielo veo. Las llamas del sacrificio y las llagas en el cuerpo presente de mi Señor Jesucristo.
ANICA Y UN POQUITO DE “PANOCHO”
Adiós aguardiente hermoso, que anoche me hiciste mal. Me hiciste pegar seis brincos, “tres pa lante y tres pa tras”. Luego me hiciste caer de cabeza en un portal. Los “maeros” iban volando y yo con ellos detrás. Al pasar por “Cañantisco”, tiré “pa el Escobar”, a los “tejaores” abajo y allí no quise escapar.
Dicen del licor soberano, todos son mis desafios, el que no quiera beber que se hinche de agua en el rio.
Si me meten en la cárcel. Si yo llego a salir me bebo cuatro botellas, como ésta que llevo yo aquí.
Dice sabio salameca que por donde “mea” la mujer peca, si “mea” en el corral, pecado original, si “mea” en la calle pecado grave. Por eso digo yo, que me “meo” en la bragueta del señor gobernador.
Mi hijo ANTONIO era una maravilla, era bueno, muy guapo y lo tenía todo...
Pues ya vivía felizmente, pero al poco tiempo. Un hijo que era una maravilla de hijo, bueno, guapo y todo lo tenía. Una noche se juntó con unos amigos, jóvenes como él, y se fue dos meses por ahí sin que se supiera nada de él; ya se me cayó la casa encima de pena. A los dos meses me mandaron a llamar para que fuera a por mi hijo que estaba en una baldosa tirao. Cuando ya lo traje a casa, él ya cumplía muy bien y se apunto a la Maravillas Moreno, para estudiar contabilidad, que era lo que a él le gustaba. Él se portaba muy bien y así me lo decía la Maravillas Moreno; es muy bueno y muy listo. Cuando la Maravillas Moreno dio en quiebras, se puso a estudiar jardinería igual que su hermano Juan. Entonces ya se iba con su hermano el mayor a tocar con el conjunto de música que tenía llamado “EL GRUPO SAMBA”.
Un día cuando venían de cantar, se encontraron con unos amigos: un medico de Caravaca y tres amigos más, y le dijeron a mi hijo: - Espín, vente a Bullas. – Pues si acabo de venir y todavía tengo que sacar todos los aparatos de música del camión y no puedo. Les dijo él. Le volvieron a decir que se fuera con ellos y al final se fue. Yendo por el Carrascalejo, ocurrió el accidente, mi hijo murió y a los otros cuatro que iban con él no les pasó nada. A los tres días de estar enterrado mi hijo vinieron las notas de Murcia en las que venía que todo lo había aprobado. Pero él ya no lo pudo ver. En fin, al poco tiempo mi hija Juani se pone mala. Otro sufrimiento más porque creía que no era bueno lo que tenía y así me lo dijeron a mí. Pero gracias a Dios no era nada malo, pero el susto me lo lleve.
A los dos meses mi hijo Paco estaba trabajando en Caravaca. Estaba subido encima de un andamio y una viga cayó; gracias que no le cayó en la cabeza, le cayó en una muñeca y se la destrozó. Cuando vinieron a decirme que mi hijo estaba en el hospital, miré hacia el cielo y dije: ¡ Señor, ya está bien !.
A mi marido, Antonio, lo quería mucho. Con él compartí gran parte de mi vida.
A los pocos años de matarse mi hijo Antonio, mi marido Antonio cae malo, con una enfermedad incurable, la cual se lo llevó el día 14 de septiembre de 1994. Así es que, le doy gracias a Dios y a la Virgen Santísima que me han dado fuerzas y resignación.
Anica ha sido desde siempre una mujer muy trabajadora.
Para ella lo más importante en este mundo es hacer todo el bien que pueda, ayudando al más necesitado.
Dedicatoria de Anica a la Virgen de las Maravillas
Virgen de las Maravillas, tú eres la primera flor. Hay que ver lo que pasaste de ver a tu hijo en la cruz; yo también pasé por ello, pero lo tuyo fue mayor. Lo de mi hijo fue un accidente, ni siquiera se enteró. Por eso siempre te pido, te pido resignación, para curar esta herida que tengo en mi corazón.
La fe de Anica es inmensa.
Pide para todos la paz y el bien.
Para Anica hablar de Dios es hablar de su propio corazón.
Aquí nos cuenta lo que un día le ocurrió, un hecho que nunca podrá olvidar:
LA APARICIÓN DE UN ÁNGEL DIVINO
Una mañana cuando iba hacia el trabajo, estaba la hija del Bernabel el taxista en el balcón esperándome y me dijo: - Anica, hay un muchacho que está tres días sin comer. Yo entré y le dije: - Nene, ¿Qué te pasa?. Entonces me respondió y dijo: - Pues mire, que he venido a trabajar y no encuentro trabajo. Yo le dije: – Espera, a ver que llevo suelto; Yo llevaba 300 pesetas. Pero le dije que se esperara para ver que es lo que mi hija llevaba; Ella llevaba 200 pesetas. El muchacho puso su mano y dijo que eso era mucho dinero y yo le dije: - No hijo, que la comida está muy cara. Le acompañé hasta la puerta del hospital, le dije adonde tenía que ir a comer y lo mandé al bar Sol. Se me ocurrió decirle como se llamaba y me dijo que se llamaba Antonio. Entonces me dio por llorar, porque se llamaba como mi hijo al cual perdí hace unos pocos días.
Aquella noche la pasé pensando y diciendo ¿A dónde habrá dormido Señor? Al día siguiente y a la misma hora también le tocaba de trabajar a la Maruja del Bernabel. – Ahí está el zagal de ayer Anica. Me dijo ella. Yo entré y le pregunte: - ¿Dónde has dormido, hijo? Él me dijo: - Señora, en una casa. Él me trajo ese día una bolsa de melocotones en agradecimiento del obsequio que le di. Entonces le pregunté: - ¿Hijo, de dónde has cogido esto? Y él me contesto: - Señora, de un árbol que hay muchos; yo quería darle algo pero no lo quiso. Y me dijo: - Señora, me voy para mi tierra; voy caminando.
A los dos días me dijo mi hija. Vamos a Bullas, a ver a Sor Isabel. Aquella noche pues íbamos en el coche de mi yerno, yo, mi hija y mis dos nietos. La carretera estaba muy oscura, y me dijo mi hija: - ¡ Mamá ! El zagal del hospital, que está por la carretera. Yo enseguida le dije a mi yerno: - Paco, párate que se monte hasta Bullas. Paró el coche y le dijo mi yerno al zagal: - Vamos, móntate que te llevamos hasta Bullas.¿Es que usted me conoce a mí? Le dijo el zagal. Y Paco le contestó: - Yo no, pero mi suegra sí. Cuando llegó hasta el coche le dije que porque iba por la carretera a esas horas. Y él me dijo: - señora, no sufra usted, voy caminando. Como yo le tengo tanta devoción a San Martín de Porres y vi su película, pues se me quedó clavado en el corazón todo lo bueno que él hizo.
Mi hermana tuvo un hijo en el hospital, el cual no nació bien. Ella por aquel entonces se tenía que ir a Barcelona porque su marido estaba allí trabajando. Al llegar a Barcelona se puso el niño muy malico y lo llevó al primer hospital que se encontró; a las pocas horas su hijo murió.( Como se encontraría mi hermana solica con esa pena, que yo antes de que ella saliera del hospital hacía Barcelona, cogí una estampa de San Martín de Porres y dije: - San Martinico, no abandones a mi hermana). La enfermera del hospital de Barcelona le dijo: - Tápelo Usted porque así no tiene que pagar por sacarlo de aquí. Con que pena se iría mi hermana solica por la carretera en pleno día y con su hijico muerto en los brazos. Entonces se encontró a un fraile por la carretera de Barcelona. Este fraile le dijo: - ¿Qué le pasa? Y ella le contestó: - Mire Usted, mi hijo se me ha muerto. Al comprender su pena, este padre fraile ( que sería San Martín) la acompañó y le echó su bendición; ya no iba sola mi hermana. Por eso le tengo tanta devoción a San Martín de Porres.
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Aquí vemos a Antonio, el que fue marido de Anica |
Aquí digo todo el bien y el mal que he hecho. Cuando se descuidaban las hermanas y bajaban a rezar después de repartir la comida a los enfermos, yo lo que quedaba se lo repartía a los acompañantes que estaban con sus enfermos y tampoco comían. Sé que esa comida no era mía, pero pensaba que al siguiente día esa comida no se la daban a nadie. Por eso yo, la aprovechaba dándole de comer al que estaba acompañando al enfermo y el cual no comía.
Un día me mandó la hermana de planta a por una tacita de caldo para una señora que había dado a luz, y yo en vez de bajar una tacita bajé una olla y les dí a todas las madres que estaban allí que no habían comido. También una compañera mía de trabajo llegó una mañana a trabajar helaica de frío y con las manos como un chuzo; le dije: - ¿Qué te pasa? Y me respondió: - Que he estado lavando en la pila. - ¿Es que no tienes lavadora? Le dije yo. Y ella me dijo que no tenía. Entonces fui al Polleras y le dije. - Llévale una lavadora a fulana... Que yo te daré lo que es la entrada. También vino ella otro día y debía tres meses de luz y se la iban a cortar. Yo mandé al chico que estaba trabajando en el hospital a que se la pagara; después ella me lo pagó todo. Cuando me enteré de que su marido no tenía trabajo y tenían hijos. Fui a la tienda y llené una capaza de todo para dárselo a esa persona sin decirle nada a nadie de lo que yo hacía.
Una mañana me encontré con un chiquillo de cinco años que estaba llorando en la calle y le dije: - ¿Qué te pasa? Él me dijo que le habían pegado. Luego le dije: - ¿Has almorzado, nene? Me dijo que no. Entonces me lo subí a mi casa y le dí de comer; lo tuve desde los cinco años hasta los catorce años dándole de comer, porque sus padres no tenían trabajo, tan sólo su padre cogía cartones por la calle buscando así algo para comer. Le quitaron a tres de sus hijos y a éste no se lo llevaron porque lo tenía yo; teniendo primos hermanos que iban todos los días a misa y tenían bastante para haberles ayudado.
En fin, que he hecho todo lo que he podido. También les doy las gracias a las hijas de la caridad, que las quiero mucho a todas.
Quiero a todo el mundo entero, porque todos somos hermanos e hijos de Dios.
Con esto se despide “la Anica”, la del Hospital, que pide por el mundo entero y siempre pide la paz.
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En esta imagen vemos a Víctor, uno de los once nietos que en la actualidad tiene la Anica |
La “virola” y la morcilla
En aquellos tiempos pasábamos mucha hambre. Un día mi madre estaba haciendo un caldo de pingunillos y mi hermano al destapar la olla vio que había alguna morcilla. Entonces me llamó diciendo: - ¡ Anica, que hoy vamos a comer caldo de morcillas !
Todos estábamos esperando para comernos aquella olla, y cuando mi madre vació el caldo de la olla para servirnos los platos, todos esperábamos la morcilla, pero resulto ser la virola de una silla. Se ve que mi hermano jugando con la virola de la silla la metió dentro de la olla.
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Aquí vemos a Antonio, el hijo maravilloso que Anica perdió en un trágico accidente de tráfico en el año 1989 |
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Fiesta de la jubilación donde la hermana Sor María José impone la medalla al trabajo a Anica |
VIVENCIAS DE ANICA
Yo sabe Dios que tengo mucha fe en el mundo entero. Yo le pido tres cosas todos los días a Jesucristo, que me dé fe, prójimo y caridad. Es lo más bonito que se puede hacer.
Un día estaba yo trabajando en el Hospital y, una señora muy buena mujer me pisaba el pasillo todos los días dos o tres veces. Esa señora estaba en la capilla porque era muy cristiana y nunca salía de misa. A veces me daba por decirle: ¿Porqué me tienes que pisar el pasillo, que no has hecho “na” más que venir y ya estás otra vez aquí?, pero yo no terminaba nunca de decirle aquello a esa señora porque la apreciaba también. Pero un día estando yo limpiando la reja, aquella señora entró con otra, y al mismo tiempo que éstas entraron al Hospital, pasaron dos jóvenes muy mal “trajeaos” que eran pobres de esos sitios de por ahí lejos y, le dijo la señora esa que me pisaba todos los días el pasillo a la otra con la que entraba al Hospital: ¡Mira estos, que se vayan a comer “arena” a su tierra!. Aquello, me sentó tan mal, que entonces esperé a que subieran y le dije: <Ven, haz el favor, ¿tú eres cristiana?>, esta respondió: <Yo sí, tú sabes que soy cristiana>; Pues yo creo que no lo eres, perdona que te lo diga, yo creo que cuando entras a la capilla Dios te da la espalda porque no quiere ni verte; ¿Y eso por qué? –Mira, cálmate-, esos que han “pasao”, que le has dicho a tu compañera “que se vayan a comer arena su tierra”, ¿No has pensado que esos son hermanos tuyos e hijos de Dios? Si tú no quieres ayudarles, pues no les ayudes, pero no digas con ese desprecio, que se vayan a comer “arena” a su tierra. Si crees en Dios y eres cristiana, no te creas que ser cristiana es porque vas mucho a misa, sales de misa y hablas de la vecina, de éste, de aquel... ¿Ese qué cristianismo es? Piensa en los demás, en él que tiene hambre, en él que necesita. Si tienes dos kilos de patatas y sabes que ese día tu vecina no tiene para comer, dale un kilo a ella y quédate tu con otro y, mañana Dios dirá. Porque yo lo hago así, yo muchas veces he “pedio fiao” para darlo, y no se ha enterado nadie en el mundo, porque antes él que daba una limosna, como las Hijas de María, iban con la “capaza” abierta para que todo el mundo viera lo que llevaban. Yo no soy así, si hago un bien con una persona no se entera nadie. Si esa persona que le hago bien lo dice, a mí eso no me trae ni me lleva, pero no lo digo nunca jamás, yo lo digo soloamente en estos casos para que las demás aprendan.
Yo soy pobre, “muncho” pobre, yo he pasado “muncho”, pero siempre mirando para arriba, porque el Señor nos ayuda y yo creo mucho en Él. ¿Cuánto pasó Él siendo el amo del mundo? Que era para que hubiera arrasado el mundo entero y se hubiera salvado y, sin embargo, cayó en el enemigo, en las personas que dijeron éste que viene nos quita el “chusco”, ¿Quienes serían esos? Que mataron a una persona tan buena que vino al mundo a salvarnos. Como lo mataron, que lástima.
Yo creo en eso, y hay que hacer el bien con los demás, no sepas a quien, no distingas colores, pues todo el mundo somos hermanos e hijos de Dios, vamos a ayudarnos en todo, y eso lo digo yo porque lo vivo. No critíco nunca a nadie, porque tengo hijos, tengo nietos y no hay que hablar de nada malo en este mundo ya que no sabemos lo que nos va a pasar. Hay que pedir fe, prójimo y caridad, si no tienes esas tres cosas para que vas a misa, si el Señor te da la espalda. Piensa en tus amigos, piensa en los demás, piensa en el que no tiene, piensa en el más allá de todo el mundo entero.
Yo aunque no vaya mucho a misa soy cristiana y creo en Dios, en mi casa rezo todos los días mi rosario a mi manera. Como la letanía no la sé, pues rezo un rosario entero para los que siguieron a Cristo y, hago todo el bien que puedo con la humanidad.
Ya llevo dos o tres noches de venirme a la memoria lo de Don Amancio Marín, que era sacerdote y era una bellísima persona, era un santo en la tierra, hay que ver el bien que hacía. Por las mañanas cuando yo subía a trabajar, había una señora que le decían Ignacia y estaba enferma del corazón y, su marido estaba en la cárcel, me la encontré llorando y le pregunté ¿Por qué lloras Ignacía? ¡Ay! Me acuerdo del sacerdote Don Amancio Marín, que fue un santo en la tierra Anica, cuanto me ayudó ese hombre para llevarle a mi marido cosas a la cárcel; porque yo enferma, mi hija jovencica, que no tenía nada más que esa hija y no podía y él me ayudó mucho, no sólo a mí, sino a muchas más personas. Tenía unas “capacicas” y las llenaba la noche antes, para repartirlas al día siguiente.
La casa que hoy es de las Hijas de la Caridad, el Hospital de la Real Piedad, la dejó para los pobres, para que los miraran y cuidaran. En vez de dejársela a su familia la dejó para los pobres y, pienso que nadie se acuerda de esas cosas, de ese hombre que fue un santo en la tierra, siendo una persona buena y de Cehegín que dejó la casa para todos los pobres, porque antes no se pagaba nada. Había un pobre que no tenía a nadie y entonces lo metían allí, lo cuidaban y le daban de comer. Nadie se acuerda de él, siendo un santo en la tierra como lo fue, yo lo conocí de muy jovencica y lo quería mucho a él y a toda su familia. A Doña Isabel, a Doña Pura Marín, a su nieto Amancio Marín, que está casado con Doña Josefina, que la quiero yo mucho y a todos sus hijos. Así que esto lo digo, porque me ha venido a la memoria, como digo, dos o tres noches para que se acuerden de él y, en las misas que lo nombren, porque es su casa. ¿Por qué no lo tienen que nombrar? Si era un santo en la tierra. Porque hay santos y santas que no los hemos conocido y, sin embargo, los han hecho santos y, este hombre que hizo tanto bien en el pueblo pues no se acuerdan de él para nada. Yo les pido de favor, que se acuerden de él, que era una persona buena, tenía mucha caridad; un santo en la tierra, no digo nada más que eso.
"TODOS SOMOS HERMANOS E HIJOS DE DIOS"
Hay días en los que pongo la televisión y no puedo seguir comiendo de la pena tan grande que me da. Porque esos que duermen en la calle, que pasan hambre y que van esposaos son hermanos nuestros e hijos de Dios y no pensamos en ellos, nada más que en vivir bien.
Yo tengo un pensamiento. Dando cada casa de España cinco euros cada mes se salvaría mucha gente; los primeros cinco euros los míos y yo viviría en paz y descansando, pero eso es una pena, eso es un crimen todo lo que está pasando. Yo daría eso y el que tuviera más que diera más. Esa gente que está asada de millones, que piensen en los demás.
Vivimos aquí nada más que cuatro días y cuando subamos arriba, que nos reciba el Señor con los brazos abiertos porque hemos hecho el bien en la Tierra. En eso hay que pensar y no en lucir, y no en tener.
Pensar en nuestros hermanos que son hijos de Dios y hermanos nuestros.
Cinco euros cada casa de España y así no pasaría nadie hambre ni falta y estaría todo mucho mejor y la persona que se quedara al cuidado de ese dinero, que fuera legal como el señor cura Don José, porque como él hay pocos. Yo sé que él piensa como yo y como muchos que creen en Dios. Así que os pido de favor al pueblo de Cehegín que penséis en ellos.
No he podido terminar de comer porque eso me da a mí mucha pena. Pensar en el prójimo y en la caridad. Yo pido en todo momento fe, prójimo y caridad. La salud ya me la dará Dios si conviene, pero hacer el bien en el mundo, que arriba está todo escrito. Lo malo y lo bueno está escrito y en eso no nos equivoquemos porque todos tenemos que ir al sitio.
Mi padre nos decía a mis hermanicos y a mí que había que compartir lo poquico que teníamos con los demás, porque ¡hijos míos! todos somos hermanos e hijos de Dios y hay que compartir, tener fe, prójimo y caridad” .
LA VIRGEN DEL CARMEN
Cuando me anuncian la Virgen del Carmen, que la llevo en el corazón, me da mucha alegría por que el día que iban a comprar a la Virgen vinieron las de Acción Católica a donde yo estaba trabajando que era en Los Urrutias, en la casa de Don Ginés Pérez y Doña Dolores Alonso que eran unas bellísimas personas y los quería mucho. Tenían dos hijos, Ginesito y Juanita a los que tengo en mi corazón. No se pasa un día que no me acuerde de ellos. Entonces vinieron a pedirle a mi señora que si yo podía cantar para comprar la Virgen del Carmen. Estaba recién operada de la garganta, pero no me importó, dije que sí, que cantaría. Y entonces canté: “A la orilla de la playa me puse a considerar, como se quiere a una madre no se quiere a nadie más...” y también canté: “Por ti contaría la arena del mar. Por ti yo sería capaz de matar...” y salió todo muy bien. Era en el escenario de enfrente de la tienda del “Pájaro”.
Al siguiente día cuando bajé y canté me pusieron “La cantaora de Villa del Mar”. Me acuerdo de todos ellos mucho, yo no sé si vivirán. Si no viven estarán en el cielo con Dios y en el corazón mío.
Me acuerdo mucho de mi Ginesito y de mi Juanita; Doña Dolores Alonso y Don Ginés Pérez que eran muy buenas personas y los llevo en mi corazón.
Algunos se acordarán de mí, yo me acuerdo de todos ellos porque eran muy buenos amigos y los quería mucho.
Y con esto se despide la Anica del Hospital que piensa por el mundo entero y siempre pide la paz.
Muy buena mujer
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